sábado, 22 de octubre de 2011

Fracaso: el condimento del éxito

Hoy por hoy los padres intentan por todos los medios que su hijo no sea un fracasado por lo que le facilitan el camino hasta límites verdaderamente insanos. A la vez, en cada uno de nosotros se va configurando un fuerte mecanismo de defensa que nos impide reconocer nuestros propios errores y limitaciones. Y es que reconocer que tenemos limitaciones y cometemos errores se identifica peligrosamente con el fracaso. ¡Ninguno de nosotros quiere ser un fracasado! Porque nos han educado para tenerle miedo a esta palabra ya que es un indicador de nuestra valía como persona. Aunque realmente no lo sea.
El principal motivo del fracaso es el establecimiento de metas que no se corresponden con nuestras capacidades reales para lograrlas. Ser ambiciosos es positivo y plantearse nuevas metas siempre más desafiantes es una forma para crecer pero no debemos apartarnos del sentido común. Otro gran motivo, es que muchas personas se centran en un único objetivo y no prevén planes alternativos. De la misma forma, algunos profesionales se centran exclusivamente en su carrera y se sienten fracasados en el área de la pareja o las relaciones interpersonales y es que, al apostar toda su vida por el éxito profesional, descuidan otras esferas que pueden reportar mayores dosis de felicidad.
Por supuesto, existen otros factores que determinan el fracaso y algunos de ellos incluso pueden escapar de nuestro control, como pueden ser algunos cambios imprevistos en el escenario, que supuestamente debía sustentar nuestro proyecto pero que al final se convirtió en una barrera infranqueable.
Si profundizamos verdaderamente en lo que es el fracaso veremos que es más un sentimiento de derrota que una situación objetiva. Por ende, lo que una persona puede considerar un fracaso, suele no serlo para otra ya que sus metas en la vida no son idénticas.
Pueden distinguirse dos modelos de comportamiento: el perdedor nato y el eterno perfeccionista. El perdedor nato es esa persona que se ve abatida continuamente por los sentimientos de fracaso ya que siente que todo lo que ha hecho está mal ya que no ha conseguido los objetivos que se había previsto. Se trata de personas que tienen una imagen muy pobre de sí mismas y nada de lo que hacen les parece importante de forma que casi todo se convierte en una derrota. Ante el más mínimo problema les asalta el sentimiento de fracaso y, por ende, abandonan su meta. El eterno perfeccionista es extremadamente escrupuloso y detallista, las cosas deben realizarse de manera irreprochable y perfecta. De esta forma, al no lograr enfrentarse jamás al hecho de que los seres humanos cometemos errores, su vida les parece un cúmulo de imperfecciones y obras inacabadas. Obviamente, estas personas casi nunca saborean el éxito, aunque lo hayan logrado, ya que están en la búsqueda perenne de algo más.
Recientemente los psicólogos Jonah Berger y Devin Pope analizaron a un total de 18.000 jugadores de baloncesto de la NBA y llegaron a un resultado paradójico: perder es altamente motivante. De hecho, los equipos que terminaban el primer tiempo con una ligera desventaja en el marcador tenían muchas más probabilidades de ganar al final del juego. Esto significa que si comprendemos el fracaso como un paso más en el camino y sabemos que tenemos posibilidades de alcanzar nuestra meta, debemos aprender de los errores pasados y reestructurar nuestros planes en aras de lograr nuestros objetivos.

Fuente: www.rinconpsicologia.com

domingo, 28 de agosto de 2011

Cómo decir Adiós

Resúmen artículo de Eduardo Chaktoura
Todos los días, en todo momento, ponemos en acto nuestra capacidad para decir adiós. Todos los seres humanos estamos entrenados para las pérdidas, sólo nos falta tomar contacto con esta sabiduría. Esta parece ser la forma más clara y positiva de entender el duelo, ante todo, como una potencialidad. Así como poseemos resiliencia (la capacidad de superar y revertir las situaciones más traumáticas), todos tenemos, con más o menos recursos, la capacidad de atravesar el dolor que provocan las pérdidas. Es necesario entender que el duelo por pérdidas es un proceso adaptativo esperable. Estos dos conceptos -el duelo como potencialidad y el duelo como respuesta necesaria y adaptativa- son fundamentales para entender la importancia que tiene atravesar las situaciones de pérdida. Es necesario y saludable llorar, extrañar, aceptar, soltar, superar, transformar, seguir adelante. Y si no se puede, saber que siempre hay quien pueda brindarnos ayuda o acompañarnos en el camino de las sanas despedidas. 
Poder decir adiós también tiene que ver con otras cuestiones: una separación o un divorcio, una discusión sin retorno, una mudanza, el exilio, el despido, la renuncia o el retiro de la vida laboral, atravesar cualquier etapa o ciclo vital (la niñez, la adolescencia, ser adulto, envejecer). En muchos casos, no sólo se trata de aceptar el adiós sino de resignificar la mirada sobre el cierre de una etapa. Generalmente, en las situaciones de pérdida están en juego otras cuestiones de fondo. No sólo es el hecho o la figura de la pérdida en sí misma lo que impide o posterga la superación o la transformación del dolor. Lo que ocurre es que nos duele el alma por la valoración real de lo que se pone en juego en la pérdida. Por ejemplo, toda separación en una relación es dolorosa; pero, más allá de la ausencia, de ahí en más estará la pérdida de todo lo que pusimos o creímos haber esperado y ofrecido en esa relación.
El tiempo de los duelos depende de la capacidad que cada persona tiene de desapegarse y de la carga emocional adjudicada a la pérdida de la que se trate. Cuando lo que parece estar en juego es la identidad, en caso de quedar excluido de un proyecto o del circuito laboral, el trabajo es reconstruir esa identidad que creemos perdida. Lo mismo ocurre cuando la identidad está ligada a otra persona, que se va o fallece. Más allá de los recursos y las herramientas de cada uno, el desafío es poder transformar el suceso y tomar contacto con lo que irremediablemente nace después de la muerte o la pérdida: otro camino, otra posibilidad, otras experiencias.
Todos podemos desarrollar la capacidad de asumir las pérdidas, pero no todos podemos seguir el mismo recorrido hacia la superación. Cada uno emprenderá el camino como pueda y necesitará hacer escalas, paradas o descansos más prolongados. Hay personas con mayor inclinación a los cambios que otras; hay personas más o menos creativas, con inteligencia práctica, emocional o relacional, más o menos desarrolladas. Además de las estructuras de personalidad, todo depende de las experiencias de pérdidas que cada uno haya tenido que atravesar, del aprendizaje que haya extraído de esa experiencia y de su capacidad de afrontamiento. Lo importante es tomar conciencia de la finitud de todo en la vida. Al aceptar este hecho hemos dado el primer paso para avanzar en la dirección del logro.

Fuente: www.lanacion.com.ar





















domingo, 19 de junio de 2011

Día del Padre

El  origen del Día del Padre surge el 19 de junio de 1909 en Estados Unidos cuando una mujer llamada  Sonora Smart Dodd quiso homenajear a su padre, Henry Jackson Smart, veterano de la guerra civil, quien se convirtió en viudo cuando su esposa murió en el parto de su sexto hijo. Henry Jackson se hizo cargo de la educación de seis niños. Sonora Smart consideró que su padre había sido todo un ejemplo a seguir y propuso la fecha de su nacimiento, el 19 de junio, para celebrar el Día del Padre. En 1966 el presidente Lyndon Johnson firmó una proclamación que declaraba el tercer domingo de junio como día del padre en Estados Unidos.
En la mayor parte de los países en América Latina, se celebra el tercer domingo de junio. También Japón, Irlanda, Pakistán, Ghana, India, Reino Unido, Zimbabue, entre otros tantos de otros continentes. En total son más de 50 países los que hoy festejan el Día del Padre. En Argentina, se festejó por primera vez el 24 de agosto de 1958, en honor a José de San Martín, llamado "Padre de la Patria". Pero luego se lo cambió al tercer domingo de junio, que es cuando se festeja actualmente.
En los últimos 20 años el rol de padre de familia se ha transformado poco a poco. Para el psicólogo clínico Humberto Guajardo Acuña, ”el prototipo que conocíamos del padre que imponía y mandaba ya no existe, ya no se tiene ese referente histórico”. Señala que a partir de la sensibilización que se ha logrado entre los hombres, se ha comenzado a entender que los padres no únicamente pueden ser proveedores de la familia, sino que también pueden ocupar un papel importante en el aspecto emocional y sobre todo, en el cuidado y la educación de los hijos. Puede considerarse, dijo, que los padres de hoy en día están en una situación intermedia, en la que no saben cómo cumplir con ese rol sin llegar a sentirse menos o manipulados o por el contrario, logren satisfacer esa necesidad de afecto y sentirse queridos. El psicólogo clínico señala que esta situación desde luego está creando conflictos al interior de la familia, pues mientras que el hombre se está esforzando por incluirse más en la atención, el cuidado y la protección de los hijos, algunas mujeres no han aceptado esta nueva realidad e incluso han llegado a sabotearla. En otros casos, hay mujeres con inteligencia que han valorado la sensibilidad del hombre y se han involucrado positivamente en la transformación de su rol, de manera que hasta lo van guiando en el desarrollo de las tareas y responsabilidades cotidianas.  A consideración del especialista, el padre de familia se enfrenta a una situación cultural difícil para la cual no está diseñado, de ahí la importancia de ir generando una actitud de adaptación.


         

              www.observadorglobal.com